Génesis

Tomo mi mano izquierda
y la pongo en tu pecho.
Miro tus ojos que ya no lo parecen.
Con la lluvia les devuelvo el negro
sabroso, brillante y limpio.

No, no te vas a romper.

Este mundo es tuyo, mío y de ellos.
Aquí los muertos sonríen
y los vivos celebran.

No, no habrá más látigos.

Con mi lengua te cierro la barba,
me trago tu blanco.
Devuelvo la vista y
me atraganto con las llaves.

Porque los candados no existen,
como las cucharas.
Los pedazos se pegan,
las monjas se caen,
los techos se vuelan,
los planetas chocan.

Y si te da con volar,
me voy contigo.

Volamos en pedazos
esparcidos de la misma leche.
De la sabia savia
que nos alimenta.

Del rojo que nos rescata
en el fénix de tu pecho.

Déjame armarte.
Y lo que pase después,
que otros lo escriban.

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