Regreso...

Regreso… siete letras, tres sílabas. Una repetición de erres que lo único que hace es recordarme que siempre vuelvo a chocar contigo. Porque de eso se trata nuestra historia; de colisiones. Pensaba que tus rizos, esos que alguna vez enredé entre mis huellas, se habían perdido en algún lugar oscuro, inhabitado. Pero no, hoy, cual saliva que se escupe pa’rriba, me abofeteaste la cara.

Estos años en la calle no te han cambiado nada… quizás sí… quizás ese enredo que ahora tienes en el pelo. Ya no son los “de oro”, ahora parecen más un nido de comején… o por aquello de sonar clichosos: es como un panal de abejas. Paréntesis: ¡qué rica es la miel cuando endulza los labios! Regreso a lo del regreso… Nos separaban apenas un año y kilómetros de pensamientos. Tal parece que estamos destinados a chocar en el mismo sitio. Ese lugar, con olor a orines, a cemento, a polvo… como los que echamos. Las luces del mismo poste: anaranjado. Como alguna vez fueron nuestros sueños. Hoy fue distinto. Hoy, contrario a aquella otra noche, sentí que me miraste. Sé que sólo fue un segundo –quizás menos– pero me miraste. Supiste que estaba allí y que yo también te miraba. Sigues usando esos cristales –ahora son más pequeños– que separan el color yerba de tus ojos, del resto del mundo. La primera vez que los vi, teníamos apenas menos años de los que se supone debe uno tener antes de iniciarse en estos trotes. Lo de nosotros fue lento. Un comentario, la sonrisita de quien hace algo indebido, el roce indiscreto sin premeditación y alevosía, la primera vez que tus labios se apretaron contra los míos. Esa primera vez. Porque has estado donde nadie más ha logrado llegar. Bueno sí, sólo alguien más estuvo ahí… y todavía lucho porque se salga. Maldita sea la hora en que les dejé abrir la puerta. ¿Ahora cómo carajos les doy un empujón que me deje solo? Aunque más solo de lo que estoy… lo veo difícil. Mierda, ya me estoy desviando del tema…

Entonces, cruzando la calle, con la actitud de que ese espacio de calor y mugre era tuyo, te vi. No me hizo falta mirarte de cerca para reconocerte. Si te he tenido conmigo. Si alguna vez me insististe para que me quitara la ropa, me acostara a tu lado y al día siguiente negarme. Así eres… como te vi hoy. Con ese nuevo aire de “bohemia sanjuanera” que ahora cargas. Pantalones rotos, camisa colorá’, medias transicolor, las Converse –símbolo de tu alternatividad, quizás– y ese andar. Esa pose de sabértelas todas, cuando a mí no me engañas… sigues sin saber nada. No conoces las veces que te he visto desde el balcón, deseando que te entre algo y quieras volverme a ver. Sí, sí… como nos vimos hoy, pero sin ese montón de testigos que tanto te asustan/me asustan.

Ya no lo niego. Fuiste mi primer amor. Yo sé que eso es una estupidez patética, pero es que después de pensar y pensar, regreso al mismo punto de partida. Me di cuenta aquella vez; la que te enfermaste. Me dijeron que necesitaban sangre para ti. Quise vaciarme las venas y llevarte todo ese rojo a ver si así te levantabas de aquella cama. Nunca te vi, pero sé que semanas después andabas igual que hoy… haciendo alarde de tu recién estrenada “vida bohemia”. Hoy, regresaste… volviste, retornaste… me hiciste dar ciento ochenta y cuatro mil setecientos veintidós pasos hacia atrás. Hacia el piso frío que fue lecho de las últimas horas que pasamos juntos. Un piso tan frío como la mirada pasajera que me echaste, sólo para asegurarte de que te estaba mirando. Soberbio.

Comments

Popular Posts