Azucenas...

Don Pepe usa sombrero. Aunque le dé calor y parezca que vive en otro siglo. Don Pepe usa corbata. Aunque se le olvide hasta su nombre, siempre sabrá cómo amarrarla. Don Pepe compra flores. Todos los días, vestido de sombrero, corbata y camisa de hilo.

Se toma una taza de café con leche. Nunca queda como el de ella, pero resuelve. Le baja por la garganta, le quema.

Don Pepe se asoma a la ventana. No sabe si espera o lo esperan. No ve nada nuevo. Un carro, dos personas, las orquídeas de la casa de enfrente. Va a su cuarto y abre el clóset. No sabe qué camisa usar. Todos los días, lo mismo. Blanca, azul, gris... Será la azul.

Don Pepe se pone los zapatos. Están brillosos. Limpios. Se mira en el espejo y amarra su corbata. Como le enseñó su abuelo. Una vuelta, agarras, lo tiras por el otro lado, halas y ya está.

Don Pepe se mira los zapatos. Se da cuenta de que ahora la barriga le impide verlos bien. Al menos ve que brillan, como a ella le gusta. Se mira de nuevo y se arregla la corbata. A ella no le gusta cuando no está derecha.

Sombrero puesto, camisa planchada, zapatos brillosos. Abre la puerta y sale.

No tiene que caminar mucho. En seis minutos, llega. Se para a mirar las flores. Son demasiadas. De todos los colores y con mil olores distintos. Alguien pasa, le dice algo que él no entiende. Sólo mira las flores. No hay duda. Agarra las azucenas. Son sus favoritas. Él siempre le regala azucenas.

Don Pepe sigue caminando. Llega al parque, se sienta en su banco. Espera. Pasan las horas y él espera. Se va la gente y él espera. Se pone oscuro y él la espera. No llegó. Otra vez, no llegó. Aquel día tampoco llegó. Aquel día él también la esperaba. Aquel día de traje negro. Aquel día de flores y altar. Aquel día de azucenas. Aquel día…
Hoy, Don Pepe la espera. Usa sombrero y la espera.

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