Félido...

Me pediste que describiera cómo fue... así fue...

Ya estoy listo. Con tres palabras abriste la puerta. subiste y empezó. No parabas de hablar y yo, sonrisa nerviosa.
Cuando te vi, pensé que la teconología nunca le hace justicia a la realidad. Mirabas con una mezcla felina de nervios y hambre.
Cerraste la puerta y abriste la otra. Poco a poco, cayeron las capas de tu ropa, de la mía. Allí estábamos, a un roce de empezar a descubrirnos.
Ya no recuerdo si fui yo o fuiste tú, pero alguien le dio permiso al beso. Mi lengua se abrió camino hacia la tuya, mientras mis manos escudriñaban tu espalda en busca de unas alas que jamás encontré.
Sabías a ti. No era menta ni chocolate. Era el sabor tuyo que me dejaba con más ganas. Gemías. Respirabas cada vez más rápido. ¿Por qué será que siempre el aire nos traiciona en ese momento?
Nos tiramos a la cama. Me fui hundiendo en tu cuello, lamiendo desesperado, contando los segundos para llegar al animal que despertaba entre tus piernas. Y lo probé. Lamí su punta con sed, con ganas, lo devoré suave, lento, sin prisa en esa hora en que no habían horas.
Cada tanto volvía a tu boca en busca del aire que se perdía a borbotones. Quería morder tus labios, degustar tus milímetros.
Me tocaban tus manos panteras, me lamía tu lengua fiera. Las paredes bailaban cuando por fin llegaste. Enloquecí con el juego de tu boca en mí; con el subir y bajar de esas mandíbulas cadenciosas. No sabía si las voces que escuchaba existían o las inventé.
Me tomaste la mano, caminamos así, desnudos, buscando sabores que mejor no aparecieron para poder seguir degustándote.
Volvimos a la cama, tu espalda ahí, mirando cual océano abierto. Como mar sin nombre, enfurecido hasta que mi lengua naufragó entre esas olas. Era salado tu epicentro, con cierto dulzor al entrar al túnel que lamí con desenfreno. Te retorcías, mordías tus labios, escupías gemidos.
Quisiste que arara surcos con mi barba en tu espalda, en ese túnel profundo que ya era dulce, que ya embriagaba.
Te volteaste, te besé, te lamí, como ya había mordido tus montañas. Te chupé con la intención te socorrrerte, de liberarte de ese mar donde saliste. Escuchaba tu gemir cada vez más lejos, más rápido, incontenido hasta la explosión. Hasta que todo quedó blanco.
Me hundí, naufragué en las aguas desde donde saliste, hombre-niño, hombre-pantera, pantera-niño, hombre-felino, tigre-hombre, niño-leopardo, hombre, hombre, hombre...

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