Desencuentro

           Como siempre, lo primero que vi fueron tus ojos de niño travieso. Son una mezcla de dulzura y picardía. No aparecieron entre la gente. Estabas ahí, abajo, en la estación del Metro esperándome. Como siempre, los ojitos se te achicaron cuando sonreíste. No sé si te diste cuenta, pero yo tiritaba como el primer día. Tenía tantas ganas de verte. Creo que se notó en el modo en que bajé las escaleras. Me lancé corriendo hasta tus brazos.

           Vestías como el primer día: unas zapatillas –tus favoritas, he llegado a pensar–, una polera y un short. Sólo que esta vez, la polera blanca era un poco más ajustada que la vez primera. El abrazo se hizo eterno. Fue como si el tiempo se detuviera. Me imaginé abrazado por ti, los dos desnudos en tu cama. Tu maravillosa espalda de harina tostada, brillando por el sudor. En mi sueño, yo te miraba desde abajo, mientras tú me penetrabas de frente, abotonando tu ombligo al mío y lanzando tu sonrisa como arma letal.

           Un beso tuyo en mi mejilla, acompañado por un “¿cómo estás?”, me devolvieron a la realidad. Me soltaste y yo no podía parar de mirarte. Estabas tan cerca. Llevabas el pelo más corto. Te deshiciste de aquel look de Los Beatles que tan bien te luce. Pero sigues hermoso. Tus ojitos caídos con dos frondosas cejas como sombrero me miraron alegres. Te invité a un helado y caminamos.

           Me contaste que en los últimos meses no has hecho mucho, que ahora trabajarás algunos asuntos de tu tesis. Me preguntaste por mis planes futuros. Hace nueve meses, hubiera querido incluirte en ellos. Pero no se pudo, no se quiso o no se dio. Así que te dije que no tengo mucho planificado, pero que en algún momento quisiera volver a vivir fuera de mi país. Me mirabas atento, mientras tanto, yo controlaba las ganas de robarte un beso.

           Terminó el helado, se acabó la conversación, culminó la caminata.

           -Ya, Pablo. Aquí te dejo, porque voy a aprovechar para ir al gimnasio.- dijiste.

           Te di un último abrazo, que duró un poco menos que el primero. Te sonreí, toqué tu brazo y te dije que estaría una semana más en la ciudad. Seguramente no nos veremos en ese tiempo. Quizás, hasta que yo regrese a este país. Seguí caminando con una curiosa mezcla entre nostalgia y felicidad. Confirmé una vez más cuánto hubiera querido quedarme contigo. Quién sabe si hasta intentar algo más que lo que tuvimos. Sin embargo, al mismo tiempo estoy feliz porque te vi, porque estás bien y porque tu sonrisa sigue donde mismo. Sólo que ahora otros labios la acarician. Y eso también me alegra.

            Te deseé amante, te amé hombre y ahora, te quiero amigo. Ojala que siempre sea así. 

Comments

Anonymous said…
Escribes muy, pero muy bien. Tanto la narrativa como la lírica.
Me alegro que hayas invitado a recorrer tu camino en las palabras.

¿Es este relato una vivencia personal?

Abrazos amigo.
Todo lo que uno escribe es una experiencia personal. Esta vez, es más una ficción inventada para que los personajes puedan hacer aquello que uno no puede. Un abrazo!

Popular Posts